Tranquilos,
no salgáis corriendo… Este nombre tan extraño, es la forma completa de llamar a
la celebérrima ciudad de Clunia. La cual fue fundada en torno al siglo I d.C,
bajo la dinastía romana Julio-Claudia. Sin embargo, esta ciudad romana que
llegó a ser capus conventus, esto es
capital de conventus, el cual llevaba
su mismo nombre; Conventus Cluniacensis,
era también lugar de un asentamiento prerromano de los arévacos, los cuales
habitaban en la región del valle del Duero. En la actualidad se sitúa dentro
del término municipal de Peñalba de Castro próxima al límite entre las
provincias de Burgos y Soria.
Lo
que aquí estáis leyendo en estos momentos, no os penséis que era conocido desde
hace demasiado tiempo, ya que la gran mayoría de las villas romanas o ciudades
de la misma índole solo son conocidas, en su mayoría, desde los años setenta
del siglo pasado. Por tanto, Clunia no es una excepción, ya que, aunque al
parecer fueron hallados sus primeros restos en el siglo XVIII, hasta comienzos
del siglo pasado no comenzaron las primeras excavaciones serias, tras las
cuales la Guerra Civil Española paralizó, hasta que a finales de los años
cincuenta tuvieron lugar unas campañas a conciencia que han durado casi hasta
día de hoy.
A
pesar de su importancia, choca lo poco que se sabe de ella, a pesar de
disfrutar de una posición estratégica de primer orden: se encontraba en la vía
romana que unía Asturica Augusta con Caesaraugusta y, además, se encontraba
en un emplazamiento geográfico de primer orden, ya que como observaréis en
cualquier mapa que utilicéis comunicaba el valle del Duero con el valle del
Ebro. Pero, y esto es algo que desconcierta bastante a historiadores y arqueólogos,
solo se han encontrado restos de la calzada anteriormente referida, lo cual
choca con la importancia de la ciudad.
Por
otra parte, también llama la atención el hecho de que no esté situada en un
llano como tantas otras, sino que mantuvo el emplazamiento del antiguo oppidum prerromano. De hecho, de este
anterior núcleo se tiene constancia, por vía de autores clásicos como Plutarco
o Tito Livio, por ejemplo, a través de ellos, sabemos que la ciudad antigua
participó en la conocida como Guerra Sertoriana
(enfrentaron a Pompeyo y Sertorio entre el 83 y el 72 a.C), del lado
rebelde a Roma representado por Sertorio, pese a ello, la ciudad no sufrió
represalias, pues poco tiempo después acogió a Sulpicio Galba que buscaba
refugió del entonces emperador Nerón, ya en época imperial. Todo ello ocasionó
el que se fundara la nueva ciudad en su emplazamiento definitivo en el Alto de
Castro, lo cual nos ocupa.
Las
primeras noticias que tenemos de la ciudad nueva son gracias al griego Ptolomeo
(siglo II d.C), quien por primera vez deja constancia de que ya era colonia
romana (desde época de Claudio -siglo I d.C- ya era municipium). La superficie que ocupaba la ciudad era bastante
importante, pues intramuros de una muralla, sobrepasando las 130 hectáreas, se
asentaba nuestra ciudad, además a pesar de lo que el cine ha mostrado en la
mayoría de las ocasiones, la muralla no tenía una única importancia como
baluarte defensivo (que también), sino que además y por encima de todo, dicha
importancia era religiosa, marcando una frontera entre lo sagrado y aquello sin
bendecir extramuros. Esta urbs
albergaba todas aquellas construcciones que os imaginéis o que recordéis tras
haberlas visto, en cualquier película ambientada en la época: foro, basílica
(no confundir con la basílica cristiana, ya que en la de época romana se
dirimían los asuntos de mayor importancia de cualquier índole: comercial, económica,
política…), teatro, termas (la ciudad en cuanto a la presencia de agua era muy
privilegiada, ya que se asentaba sobre una suerte de cerro formado por
materiales cárstico de tal manera que el subsuelo la poseía en grandes
cantidades), el aedes Augusti (santuario
de culto a Augusto)… Lo curioso del tercero de ellos es que a pesar de tener un
importante auge en época altoimperial, lo cierto es que, con el conocido
proceso de ruralización del imperio a partir del siglo IV, terminó abandonado y
transformado en una necrópolis, es decir, lugar de enterramiento, la cual
parece ser que se utilizó de manera continua hasta el siglo VII, ya en época
visigoda. Además de ello, justo debajo del emplazamiento de nuestra urbe, se
encontraba la conocida como cueva de San Román se han encontrado restos de
utilización de material arcilloso en uno de sus estanques de agua con fines
terapéuticos (probablemete ya se practicaba este uso antes de la llegada de los
romanos), algo muy similar a lo que ocurre en nuestros días en otros lugares.
Prueba de ello son los famosos exvotos en altares dedicados a las conocidas
como Madres con la finalidad de que terminaran con la infecundidad o
determinadas enfermedades de sus oferentes, tras dicha estancia se accedía a
las anteriormente referidas fuentes termales. Como nota curiosa, cuenta la
tradición, Suetonio recibió aquí el oráculo, el cual afirmó que un emperador
salido de Hispania gobernaría en Roma.
Volviendo
a los aspectos constructivos, la época Julio-Claudia, parece ser que es la más
fértil dentro del plano constructivo de la ciudad, algo motivado
fundamentalmente por la diversidad de materiales empleados en ella, lo cual conducía
a que se pusieran de manifiesto una gran diferencia de tipologías en la misma.
Esto queda de manifiesto en la construcción del foro y del teatro, ambos
concebidos de la misma manera tipológicamente, pero a diferencia de lo que
sucedía en la propia ciudad de Roma, y en las ciudades más importantes de la
península, el mármol no se utilizó apenas en favor de la piedra local, lo cual
le dio ese toque autóctono a las construcciones cluniacenses. Pese a esto, no
hay que llevarse a engaño, por ejemplo, los capiteles (parte superior de la
columna que la une al entablamento) del teatro por supuesto, siempre de orden
corintio. Si se comparan estos capiteles con otros encontrados en ciudades
relevantes de Hispania como Tarraco, Barcino o Corduba, es sencillo darse cuenta de su similitud y que, por tanto,
esta dinastía imprimió en la península un patrón constructivo bastante similar,
al margen de que pudiera haber pequeñas diferencias de carácter local.
Así
pues, el hecho de ser la ciudad más importante a nivel jurídico del conventus del mismo nombre, le confirió
un carácter original y refinamiento, en lo que a la artesanía y escultura se
refiere. No podía concluir esta parte dedicada a Clunia sin hablar del célebre
edificio Flavio, el cual dejaba de manifiesto su importancia al construirse en
el centro neurálgico de la ciudad, muy próximo al foro. En este edificio los
frisos, columnas, relieves o estelas, que combinan fundamentalmente la
originalidad lo cual los hace únicos, pero al mismo tiempo todos estos
elementos poseen una serie de elementos comunes, que permite deducir a partir
de ellos, que salieron de un mismo taller, ayudando a imponer así la tradición
constructiva de esta época.
Vista de las termas de Clunia. https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Clunia#/media/File:Clunia-PM_17959.jpg
Capitel
corintio del Edificio Flavio. Gutierrez Behemerid, Mª Ángeles. 2000: 86.
Bibliografía
Gómez
Pantoja, Joaquín. 1997: “Las madres de Clunia”, en Beltrán Lloris, Francisco y
Villar Liébana, Francisco (coords.), actas del VII Coloquio sobre Lenguas y
Culturas Paleohispánica , Zaragoza, 421-432.
Gutierrez
Behemerid, Mª Ángeles. 2000 “Los programas decorativos en las ciudades de la
Meseta norte: La Colonia Clunia Sulpicia”, Boletín
del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología 66, 81-100.
Palol,
Pedro de, 1994: Clunia historia de una
ciudad y guía de las excavaciones, Burgos.
Vicente Castro Martínez.
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